jueves, 18 de febrero de 2010

Rosa Araneda, voz de poetiza popular


Rosa Araneda, voz de poetiza

Popular

 

     Hubo una época en nuestro país en que la poesía popular[1], abundaba por las calles. Versos musicales de poemas en décimas, brindis, contrapuntos y hasta cuecas, eran memorizados y recitados una y otra vez para transmitir las noticias más relevantes del momento. De esta forma, los sectores marginados de la cultura letrada del país, podían enterarse tanto de los últimos eventos a nivel nacional, como de la muerte del viejo cantor del barrio o de lo acontecido en el último fusilamiento público. Y no tan sólo describir lo acontecido, sino también alzar la “voz” para defender un punto de vista y manifestar una opinión respecto a los hechos de contingencia y la particular situación social en que vivía el amplio sector popular de la población.

     Alrededor de la segunda mitad del siglo XIX, como consecuencia de la migración campo-ciudad, la ciudad de Santiago comienza a ser testigo de la irrupción de esta poesía popular, que si bien corresponde a una práctica oral por naturaleza y tradición, comienza a escribirse -y por tanto a “existir” propiamente tal- en el período comprendido entre 1860 y 1930 bajo la forma de literatura de cordel.[2] Lira Popular es el nombre con que se conoció en nuestro país, título paródico inventado por el poeta Juan Bautista Peralta en referencia a la “poesía culta” de la revista La Lira Chilena. La Lira Popular funcionaba como un verdadero diario de la contracultura, donde abunda el contenido político y denunciante. Con este antecedente se reconoce la tensión existente entre lo popular (el pueblo) y lo letrado (la autoridad) durante los años en los que se desarrolló su escritura.  Esta singular expresión tenía como protagonistas la reactualización de los versos en décimas de la antigua tradición de poesía campesina – el canto a lo poeta, con sus dos variantes de lo humano y lo divino-, junto a sencillas ilustraciones de grabados - xilografías que mezclaban a retratos de presidentes o padres de la patria con buques, santos, pentagramas y letras de silabario para representar sucesos extraordinarios como crímenes, catástrofes o fusilamientos- que trataban las temáticas relacionadas a un ideario social identificado principalmente con los sectores populares. Las ilustraciones encabezaban a los textos para facilitar su comprensión, pues tan sólo el 30% de la población de la época era letrada y no precisamente los sectores asociados al cultivo de la poesía popular campesina. En la actualidad dichos grabados son conocidos por algunos jóvenes citadinos como la iconografía del Bar Liguria; sin embargo, éstos son más que unos simples dibujitos decorativos de un taquillero bar del sector Oriente de Santiago.

     Con respecto a su proceso de producción y consumo, La Lira se imprimía en amplios pliegos de papel barato que luego eran colgados en cordel para ser vendidos a gritos y cantos por sus autores en lugares de alto tránsito de la capital -sectores aledaños a la Estación Central o al Mercado- o bien, por los vendedores de los periódicos oficiales. Las hojas de los poetas más famosos eran incluso llevadas en tren para ser vendidas en las provincias. Su precio de venta debía de ser asequible para la mayoría de la clase trabajadora a la cual estaban dirigidos -en la década de 1890 era de tan sólo cinco centavos por hoja-. De la misma forma, los diarios oficiales aseguraban su consumo elitista por medio de sus altos costos.

      Los pliegos de la Lira se leían en forma personal, pero también, muchas veces se daba una especie de solidaridad de parte de los sujetos letrados, quienes recitaban en voz alta las poesías para que así los analfabetos pudieran conocer el contenido de los pliegos, éstos últimos los memorizaban fácilmente gracias a la particular estructura de composición rítmica de los versos octosílabos[3] para continuar con su difusión. La lectura solidaria permitió que se creara un interesante fenómeno cíclico, ayudando en gran medida a la circulación de los poemas y su popularidad. No fueron pocos aquellos que transcribieron e incluso musicalizaron las poesías, ni quienes se motivaron a contestar en contrapuntos, a modo de contra-respuesta, lo escrito por alguno que otro poeta en particular.

     Que la poesía popular de naturaleza oral, haya pasado a ser escrita, significó toda una revolución en el ámbito socio cultural de entonces, pues permitió que los sujetos silenciados por el discurso oficial de la elite oligárquica, pudiesen alzar la “voz”, que si bien no era escuchada por los articuladores de dicho discurso, al menos conseguía generar el diálogo y la comunicación entre los mismos integrantes de los sectores silenciados. Es muy poco probable que una única voz pudiese hacerse escuchar si está sola, pero si a ella se le acoplan más voces que refuerzan esa voz primera, la sumatoria de éstas integrarán un sonido mucho más potente y claro, y que probablemente, de esta manera, si logre hacerse escuchar. Es lo que ocurrió más adelante, avanzado el siglo XX, con la “cuestión social”: la clase dominante ya no podía seguir haciéndose la “sorda” frente a las manifestaciones de impotencia respecto a la situación de precariedad en que vivían tantos miles de chilenos en comparación al gran lujo de la oligarquía. Se genera un movimiento de toma conciencia con respecto a las carencias de la clase trabajadora que lucha por la posibilidad de su reivindicación. Probablemente el descontento frente al tema de injusticia social no se hubiese gatillado si los poetas populares del XIX se hubiesen mantenidos ajenos y pasivos a este proceso; por el contrario, ellos contribuyen activamente a difundir la voz del descontento a través de la Lira Popular,  podríamos decir incluso que ella fue un aliciente importante para la creación de las mancomunales y de las posteriores agrupaciones por gremios.

     Por otra parte, la escritura de estas poesías deja un importantísimo legado de fuentes materiales de carácter testimonial, abiertas a múltiples miradas y posibilidad de lecturas e interpretaciones. A través de sus pliegos, podemos recuperar las voces de los poeta antes marginados del campo literario chileno, rescatarlos para valorar la creación estética de sus composiciones, además de comprender de una forma más completa los modos de vida en que vivía un amplio sector de la población chilena de ese entonces; conocer su historia a través de su propia voz, sin intermediario de terceros, nos abrirá los ojos para observar cuánto hemos avanzado como sociedad, si es que realmente lo hemos hecho. ¿Acaso hemos acabado con la discriminación por clase en nuestro Chile actual? Creo que aún estamos muy lejos de ello. ¿De qué forma hoy en día se ejercen los discursos discriminatorios, cómo se vive la marginalidad social? ¿Existe una voz que materialice las concepciones de los sectores subalternos de la población? Son preguntas que hoy en día, a puertas del Bicentenario, se vuelven esenciales.

     Volviendo al fenómeno de la poesía popular, en aquella época, muchos son los sujetos pertenecientes al mundo rural que deciden esperanzados partir a Santiago con el afán de hallar nuevas oportunidades de vida y trabajo. Sin embargo, la imagen idealizada de la ciudad se cae una vez que experimentan la hostilidad del medio capitalino. La nueva población rural no es para nada bien recibida por las clases sociales adineradas, quienes percibían a esta gran oleada campesina como una verdadera amenaza para el “orden” y las “buenas costumbres” de la gente “civilizada”. Este discurso elitista, que determinó por muchos años (¿y acaso hoy no lo hace?) la visión con que eran percibidos los sectores populares, puede ser la base del clasismo en Chile.

     La oligarquía, como clase dominante, venía ejerciendo todo un sistema de poder -incluidos una serie de prejuicios que, como sostiene Michael Foucault en su texto El orden del discurso, ponían en marcha sistemas o procedimientos de exclusión que tienen por función conjurar los poderes y los peligros, con el fin de ejercer la dominación y el control de los acontecimientos[4]-. Este sistema de poder discusivo se transmitía espontáneamente a través de la interacción social por medio de la charla y el texto. Esta visión representaban a un sector no pequeño dentro de la sociedad chilena de entonces, cuyas prácticas discursivas circulaban en los principales espacios de transferencia cultural: instituciones educacionales, en la prensa escrita, reuniones sociales como las tertulias, salones de elite, etc. El fomento de este tipo de enunciaciones y prejuicios discriminatorios ha de incidir profundamente en el modo en que la idiosincrasia chilena se piensa a sí misma, y cómo los sectores sociales se relacionan entre sí. La distribución espacial clasista de Santiago, es fiel reflejo de ello. No olvidemos que el sector social oligárquico tenía a su cargo tanto la educación como la producción literaria escrita, espacios utilizados para transmitir su particular “doctrina” de contenido ideológico, político y sociocultural. De esta forma, tanto el discurso hablado como el escrito, iban adecuándose en favor de los intereses de la clase dominante, y esto porque “los discursos no son solamente formas de interacción o prácticas sociales, sino que también expresan y transmiten significados y pueden, por lo tanto, influenciar nuestras creencias sobre los inmigrantes o las minorías”[5]. De acuerdo a esto, se sostiene que “el discurso puede ser un tipo influyente de prácticas discriminatorias. Y las elites simbólicas, es decir las elite que literalmente tienen la palabra en la sociedad, así como sus instituciones y organizaciones son un ejemplo de los grupos implicados en abusos de poder o dominación”.[6]

     Esta situación generará una característica que se irá acentuando con los años, y que hoy -transcurridos más de 100 años de aquel entonces- aún perdura. Se trata de la separación entre los barrios ricos y los pobres, una forma de exclusión, discriminación  y marginalidad  que lleva a los sectores populares a situarse en las afueras de la ciudad, en la periferia, reflejo de su calidad de marginados y su situación subalterna, expresados, ya sea en forma implícita o explícita, a través del discurso ejercido por la clase dominante.     

     Si para la elite, la palabra escrita al papel era la forma de ejercer el poder, el mundo tradicional, identificado con el campo y lo rural, se servía de la palabra hablada[7]. El canto y la poesía, los dichos y refranes populares, las adivinanzas y cuentos tradicionales, eran la forma de expresión del pueblo y el modo en que organizaba su conocimiento; a través de estas modalidades se transmitían los valores y la historia; la memoria social y oral de la comunidad estaba contenida en estas expresiones de la llamada cultura popular, que por el hecho de no estar escrita en un documento, no era del todo reconocida ni validada por la cultura letrada (alta cultura). La cultura popular, por tanto, y en especial su poesía, eran el puente de conexión con los fundamentos de la existencia. Los versos surgían en la cotidianeidad del día a día y en forma espontánea y natural, lo mismo que con los refranes, cuentos o adivinanzas; un modo bastante diferente a como la actual sociedad moderna se relaciona con el arte. A diferencia del mundo tradicional campesino, el ciudadano moderno debe de prepararse especialmente para experimentar lo “artístico”: se decide a compra un libro de poesía o una novela, se elige ir al museo, al teatro, al cine o la sala de concierto. No se trata de algo gratuito que circula en el ambiente; si quieres vivenciar el arte, tendrás que buscarlo, generar el espacio para su disfrute y, claro está, pagar por él. 

    Pero lo descrito anteriormente sufrirá considerables transformaciones una vez que el poeta campesino llega a la ciudad. Una serie de  cambios alterarán su particular cultura y forma de vida, y que han de verse reflejados directamente en su creación poética. 

    Para la sociedad tradicional campesina, el “cantor-poeta”, no sólo era alguien que cantaba “bonito” para animar las fiestas, su labor era mucho más esencial: él era el  guardián de los valores, aquel que constantemente reactualizaba los fundamentos y los principios de la vida campesina, asegurando la transmisión y el cultivo de su cultura para las nuevas generaciones. Los versos los creaba espontáneamente junto a quienes lo escuchaban, en un acto dinámico de creación conjunta que requería la presencia física tanto del poeta y como de sus auditores. Se producía lo que Durkheim llama “efervescencia colectiva”, un encuentro especial y significativo donde el grupo social reafirmaba su cohesión y unidad, en un contexto de ritualidad y respeto mutuo entre los participantes que celebran conjuntamente su pertenencia a la comunidad.  Bauman hace referencia a la comunidad como un “círculo cálido” de un entendimiento compartido, “tácito” y “natural”[8] donde los miembros comparten una relación emocional y una implicación significativa en la vida de los otros.  Pero para que ésta sea realmente una “comunidad verdadera”, en los términos de Bauman, ha de ser inconsciente, espontánea. “La comunidad de la que se habla (o más exactamente, una comunidad que habla de sí misma) es una contradicción en los términos… la comunidad sólo puede ser inconsciente,”[9] generada en forma inocente, natural.

     En la ciudad, en cambio se vive algo completamente distinto. Las relaciones sociales que surgen, más que “comunidades” son “asociaciones”, “artefactos construidos”, o en el mejor de los casos “comunidades imaginadas”, “artificiales”, caracterizadas por relaciones distantes y frías, ajenas al sentimiento y la emoción; instrumentalizadas y concretadas por interés -en ellas impera el principio de asociatividad-. Esto no significa que no puedan darse relaciones comunitarias, emocionales e intensas, medianamente espontáneas y cercanas a lo generado en forma natural en la sociedad tradicional campesina.

     Insertado en la ciudad, el poeta popular –acostumbrado a cantar frente a una comunidad conocedora de los grandes temas del arte poético campesino-  se queda sólo, sin oyentes, totalmente desarraigado de su espacio comunitario. Experimenta lo que para Bauman es “la pérdida del paraíso”. En la ciudad, el poeta pasa tan sólo a ser  un individuo más, común y corriente, insertado en un espacio ajeno, solitario y hostil, donde más que vivir, sobrevive. “La pluma llega a temblar/ al describir este drama”, escribe un poeta. De ahí entonces que anhela recuperar su comunidad, ese “paraíso perdido” recordado con nostalgia. Desde su particular posición de poeta, lucha contra la desintegración y desaparición de los valores y fundamentos de la vida campesina: comienza a escribir. Poco a poco los cantos y los acordes de guitarras van a ceder su espacio a la pluma, la tinta y el papel. Se impone la escritura como vía de transmisión para la poesía y todo el trasfondo cultural tradicional contenido en sus versos. Si bien el poeta ya no contaba en la ciudad con la comunidad de oyentes a quienes transmitir directamente, y en forma presencial, los fundamentos de la vida, él mismo se generará su propia comunidad, ya no de oyentes, sino de lectores.

     La Lira Popular, entonces, ha de constituir un medio importantísimo para  que  la cultura popular de la tradición campesina continúe transmitiendo sus saberes, y el poeta siga ejerciendo su rol de guardián de los valores y fundamentos esenciales de la cultura tradicional.     

      Sin embargo, conforme transcurren los años, la Lira va a ir modificándose. Aparece un nuevo público para el poeta junto con la transformación de los temas y la  iconografía de los grabados, incluso  la forma de enunciar la poesía se transforma, reflejo del cambio significativo en la mentalidad del poeta popular, que ha de adaptar su voz e identidad en relación con al mundo externo en el que vive.

       Además del mundo tradicional y el ahora escrito, la poesía de la ciudad se ha de ver influenciada por la prensa escrita que con fuerza se comienza a situarse como importante medio de transmisión cultural. Los poetas entonces, ejercerán las funciones de la prensa escrita: se interesarán por informar, contar la verdad, transmitir el acontecer y ya no tanto transmitir la tradición cuya veracidad relevante aparecía sólo en el texto.

“Por último en lo que advierto/ Lector porque no te asombres

Voi a darte aquí los nombres/ Para que veas que es cierto.

Mas yo diré que ha sido/ Gran verdad lo relatado:

Esto se ha desarrollado/ En la vecina del Plata

Al fin señores yo cuento/ Todas las veces verdad

Porque en mi moralidad/ Ninguna cosa invento.”[10]

 

     Al contar sucesos reales y contemporáneos el poeta poco a poco se va involucrando con ellos y toma partido, dando opiniones e interpelando al lector a favor de su causa. Hay un cambio en la forma de emplear el lenguaje. El poeta ya no recrea ni repite lo que otros le han enseñado, sino que va eligiendo sus propios temas a través de su particular estilo, reivindicando su autoría con la firma de sus propios versos. Aparece él mismo, su propia persona que opina y comenta lo narrado: “Tiembla la pluma al contar/ Tristeza me da al contar/Es tan terrible escena/ Que causó profunda pena/ Por todito aquel lugar”  

    

 

      Pese a las transformaciones, la Lira seguirá manteniéndose en un espacio alternativo, al margen del circuito de la alta cultura o cultura de elite. Estos verdaderos “diarios del pueblo”, fueron el medio de comunicación popular de una época convulsa, funcionaban como lugar de expresión de la contracultura, donde abundaba el contenido político y denunciante, discursos alternativos al discurso hegemónico. El poeta popular pasará a ser casi un periodista alternativo, que buscará informar a través de sus versos sobre aquella otra realidad no descrita en los diarios oficiales de la época. Con esto se aclara el carácter heterogéneo de los escritos en los pliegos, en que junto a temas de actualidad -cada vez más numeroso con el paso de los años- conviven temas tradicionales, supersticiones, versos de angelito, versos de despedidas, entre otros. Es por esto, que se hace importante el estudio de estos versos, ya que a través de ellos podemos conocer aquella otra visión de Chile, que si bien, no forman parte de la memoria colectiva chilena  -al no estar presentes en el discurso oficial con el que se construía la identidad cultural del Chile del siglo XIX -, sin duda fueron parte importante de aquella otra historia no escrita en libros, ni que forma parte del contenido de cátedras académicas de las universidades (aunque personalmente creo que esto  comienza a cambiar, ya era hora).

 

     Con respecto a la vida de los poetas que escribían para la Lira Popular, lamentablemente, poco se sabe, su posición marginal dentro del campo literario chileno, ha impedido que estos hombres y también mujeres de letras (el caso particular de Rosa Araneda), puedan ser estudiados a cabalidad, valorados y por tanto reconocidos. Las pocas historias que conocemos sobre ellos sólo han podido ser extraídas y recreadas a partir del carácter testimonial de alguno de sus escritos, o bien, a través del relato oral de quienes los conocieron o de quienes alguna vez escucharon hablar de ellos.

 

      Un profundo trabajo de investigación para adentrarse en la vida de algunos poetas populares es lo que viene realizando, desde los años 80, Micaela Navarrete, creadora y hoy actual directora de la colección existente en el Archivo de Tradición Oral de la Biblioteca Nacional. Se han podido conservar unos 1.500 pliegos diferentes: 352 donados a la Biblioteca Nacional por Rodolfo Lenz; 360 de la colección de Alamiro de Ávila (rescatada en Argentina y hoy en la Biblioteca Nacional) y 800 de la Universidad de Chile, que están en microfilmes. Y aunque el trabajo de Navarrete lleva décadas, este año ha sido especialmente activo, ya que ha organizado encuentros en torno a la cueca, el canto a lo divino y lo humano, las familias de organilleros y al patrimonio inmaterial en sus diversas manifestaciones. Actualmente, la Biblioteca Nacional presenta una exposición titulada: El Mundo en Décimas. La Lira Popular y el legado de Rodolfo Lenz,[11] siendo Navarrete la principal responsable de su gestación. Su trabajo contante ha dado como resultado la publicación de tres libros que recogen una abundante recopilación de poemas editados en forma temática por autor: Aunque no soy literaria, de la poetisa Rosa Araneda (la única en un universo de hombres); el volumen Por historia y travesura, de Juan Bautista Peralta; y el tercero, Los diablos son los mortales que recopila poemas del destacado Daniel Meneses. La labor de Micaela Navarrete es una importante instancias de rescate de aquellas manifestaciones antes marginadas y que hoy, gracias al incentivo y revaloración del mundo popular y de las tradiciones como la cueca o el canto a lo poeta y la paya, resurgen con una nueva significación social y cultural. El hecho que los pliegos originales se encuentren siendo estudiados y expuestos hoy al público, es bastante significativo y revela la apertura que comienza a generarse en la academia para estudiar manifestaciones antes marginadas e impensables de que pudieran constituir un objeto de estudio serio; esta situación, además evidencia el proceso de cambio que hoy en día vive el canon literario chileno con respecto a lo que es y no es considerado literatura.

     Si nos preguntamos sobre la razón de la marginalidad que sufrió la poesía popular de la Lira,  esta se debió en parte al particular sistema de producción literaria de aquel período en nuestro país, y a los discursos narrativos hegemónicos presentes en él, que posicionaban y determinaban las jerarquías de dominancia y subalternidad entre las diferentes especies de capital simbólico y sus poseedores. Este proceso influía en lo que quedaba dentro y fuera del canon literario oficial, y por tanto, determinó lo que se transmitiría a las siguientes generaciones a través de la educación. Respecto a esto, podemos tomar unas palabras de Pierre Bourdieu en su libro Las Reglas del Arte que hacen referencia a este asunto:

      “Hay que plantearse, no cómo alguien llegó a ser quien es, sino cómo dadas su procedencia social y las propiedades socialmente constituidas de las que era tributario, pudo ocupar o producir las posiciones que un estado determinado que el campo ofrecía, y dar así una expresión de las tomas de posición que estaban inscritas en estado potencial en esas posiciones.” [12]

     Para comprender el contexto literario de entonces, conviene considerar la labor política y a la vez cultural, que venían ejerciendo, desde el siglo XIX, los grandes intelectuales de las clases dominantes: parlamentarios, diplomáticos o administrativos, incursionaban en distintos géneros literarios. El periodismo fue su lugar favorito, pues permitía la satisfacción tanto de los intereses políticos como literarios. El escritor decimonónico no fue un profesional de la literatura, más bien la utilizaba como medio de expresión ideológica y política. Lo literario se ligaba a la construcción de la nación y a la moral, contexto en que el pueblo era un ente pasivo al que había que educar, combatiendo sus vicios y fomentando virtudes, además de configurarle sus referencias históricas para guiarlo hacia el progreso. Su capacidad creadora era ignorada y negada completamente por los intelectuales de elite.

     Nada más lejos de estos ideales que la voz de la Lira Popular: sus pliegos hablaban sin disimulo de lo indecoroso, la violencia intrafamiliar, asesinatos, vida en los conventillos, entre otras “calamidades”.  Tanto por sus temas como por su simpleza de lenguaje (sencillo y a veces tosco para la alta alcurnia chilena), la lira no calzaba dentro de los parámetros de “lo literario”, siendo marginada de la historia literaria de nuestro país. De hecho, mientras la lira se publica en los sectores populares de la ciudad, una gran cantidad de revistas y folletines circulan entre los barrios más pudientes, pero no hay ni rastro de ella entre sus publicaciones. Esto se explica por la marginación que sufrían sus autores, sujetos de clases pobres, que la conciencia hegemónica de la época juzgaba como “ignorantes” e “inmorales”.

 

      A pesar de esta visión excluyente, “hay una nueva voz que emerge, un personaje popular que busca una expresión propia en un contexto distinto y nuevo para él, como lo es la ciudad”.[13] Pero lamentablemente su voz es silenciada e ignorada por el medio cultural y los ecos que llegan de ella, fueron tergiversados e interferidos por voces basadas en discursos discriminatorios, que no necesariamente se ajustan a su contenido. Por esta razón se hace importante volver a esos versos como fuente primaria, teniendo en cuenta la posición desde dónde procede su discurso, su contexto histórico, político y social; y del mismo modo, identificar desde dónde leemos esos versos y sus voces. Es por ello que quisiera centrarme en Rosa Araneda, doblemente silenciada, puesto que se sitúa en un mundo doblemente relegado: por una parte pertenece al sector popular, marginado por el mundo ilustrado de la oligarquía; y por la otra, es una mujer, considerada débil e incapaz de ejercer el quehacer poético. Rosa atraviesa estas dificultades, se impone con fuerza y carácter, logrando hacer circular su escritura en un espacio sólo para los hombres.

     Las mujeres en ese entonces cultivaban la lírica liviana a través del baile y el canto alegre acompañadas del arpa o la guitarra, es la cantora popular. Los hombres, en cambio, se dedicaban al canto épico herederos del romancero español, la lírica seria y didáctica, y el llamado contrapunto; lo hacen a través de una forma métrica, especial, la décima espinela acompañados del guitarrón chileno, su instrumento por excelencia. Hemos de recordar, que en el mundo popular, la fuerza de la tradición era ley de gran peso y respeto, por tanto, las actividades entre hombres y mujeres se cumplían según la tradición. Pero Rosa no se conforma con el canto alegre de mujeres, a ella la gustaba la poesía, el género de los hombres. Su decisión no fue un camino fácil, está fuera de lugar, no la aceptan los poetas, las mujeres la critican, el público parece ponerla en duda:

 

“Creo que no hay popular/ que no me dé un pellizcón”

Escribe Rosa Araneda entre sus versos.

 “Vuelo le pido a las aves/ A las piedras resistencia/

 Agua le pido a los mares/ Y a los pacientes paciencia”[14]

 

     Para hacerse oír, la poetisa se afirma en la poesía misma acudiendo astutamente a la poesía de tradición oral (respaldo de la tradición); en sus versos emerge con fuerza el “contrapunto” (patrón masculino), “una forma de ejercicio del canto a lo poeta, que consiste en una contienda entre dos o más contrincantes que desarrollan versos completos, pie a pie, esto es, décima a décima cada uno, de tema preferentemente a lo humano”[15]. En el contrapunto se dan las disputas entre poetas se declara un verso de ataque al otro y éste contesta. Es una especie de juego de pregunta y respuesta. Se trata de una lucha por el talento poético de cada cual. El más talentoso ha de poner en práctica todo su ingenio y agudeza para dejar al otro sin palabras. El contrapunto permite que Rosa pueda enfrentarse, defenderse y hasta atacar, en su condición de poeta de igual a igual con quienes la desacreditan, con está técnica se gana el respeto y se afianza como poetiza, pues encubre la lucha de géneros, que es lo que está realmente en juego. De esta forma, su talante y temperamento le dan la fortaleza para poder responder cualquier desafío con gran firmeza y seguridad:

 

“La astronomía es mi encanto…También la literatura/ Si alguien me quiere vencer/ Tengo para componer/ Esa bella preciosura… Por la escritura sagrada / tengo espléndido briso/ El contestar de improviso/ A mí no me cuesta nada…” (Orellana, 108)

“Vengan aquí a mi presencia/ Poetas que tengan moral/ De sentido i memorial/ A hacerme competencia/ Pues yo, con mi inteligencia/ Al mejor hago turbar.”[16]

 

     La pluma se percibe como una espada que ataca con furia pudiendo herir profundamente al contrincante: “Vuélvase mi pluma espada/ Para pagarle bien fuerte… Salgo al frente con mi pluma/ Defendiendo mi derecho.”[17] La espada de Rosa hubo de desplegarse siempre certera y precisa, ser dominada a la perfección en sus movimientos, pues el medio así lo requería. Sus versos resultantes ofrecen gran variedad de situaciones sociales, cuyo contenido se abre para interesantes reflexiones; toca temas como el afán noticioso de los textos en verso, la competencia, el egoísmo y la envidia entre los mismos poetas, el problema de la creación, la presencia de lo culto y de lo popular, el peso de la tradición versus la modernización. Habla sobre política, sobre las problemáticas sociales del momento, incluso trata temas de género como el papel y posición de la mujer en distintas situaciones de la sociedad; sobre su soledad e incomprensión, temas expresados a través del testimonio mismo de su escritura. Su voz emerge desde el espacio femenino, materializando en palabras el sentir de tantas mujeres silenciadas (no escuchadas) y apartadas del quehacer poético. Tratándose de un mundo y espacio exclusivo para hombres, Rosa tuvo que pasar por momentos amargos que requerían entereza y voluntad. A través de sus escritos, lucha por los derechos de la mujer, nos cuenta parte de su vida y de la relación tormentosa y violenta con su marido, el también poeta Daniel Meneses. Y si lo pensamos detenidamente, hoy en día, a más de cien años después de aquella época, nuestro país aún sigue con discriminación, femicidios y maltratos contra la mujer, algo un tanto paradójico, ya que simultáneamente contamos con una de ellas en el puesto del más alto cargo público y político, la presidenta Bachelet.

      La obra de Rosa Araneda se vuelve testimonio de la voz femenina, que poco a poco comienza a hacerse un espacio en el campo literario chileno, pese a las dificultades de estar dominado por hombres. Gabriela Mistral, María Luisa Bombal, Martina Barros de Orrego, María Flora Yánez, Marta Vergara, son ejemplos de dicho cambio y del nuevo espacio que presenta el campo literario chileno al alcanzar la autonomía, que a su vez se traduce en un mecanismo natural de selección y promoción de los “valores literarios”. Los escritores podían medirse con sus pares, aumentar su valor y cotización, que en esas condiciones ya no dependía de la posición social ni de la influencia política, sino del propio talento y méritos literarios. Pero esto no es del todo cierto en el ámbito de la poesía popular, debido a su marginalidad. Aún así, se percibe la profesionalización de la escritura, la evidencia de que el campo literario ya era capaz de generar su propio capital específico y las prácticas de acumulación y beneficio. La competencia entre escritores nacionales los lleva a defender, a través de cierto ideologismo, un puesto en las posiciones hegemónicas del campo. [18] Cabe reflexionar si acaso la poesía popular de aquel entonces no conforma un propio subcampo dentro de la literatura chilena, con sus propias reglas y posiciones/disposiciones.

     Si bien la Lira popular, que durante tantas décadas alimentó al imaginario colectivo y social del pueblo, hoy en día ha desaparecido en forma material, aún perdura inconscientemente en la idiosincrasia popular chilena, de un modo profundamente nostálgico.  El guitarrón chileno y las payas siguen vigentes, y es bueno que existan las fondas y haya un resurgimiento de las cuecas, bajo el concepto de la “cueca brava”, además de otras tradiciones del mundo popular que comienzan a masificarse y ser conocidas (y reconocidas) por una mayor cantidad de personas; pero la literatura de cordel, la interpretación espontánea de la noticia que se transforma en poemas a través de la tradición de la décima espontánea, su especial métrica y estética, -que tiene que ver con un vivir lo poético en lo cotidiano- se está perdiendo cada vez más. No obstante algo de su esencia perdura y aún hoy se pueden escuchar nuevas formas de contracultura. Pero la tradicional forma de versificar en décimas y el trasfondo valórico tras ellas, parece extinguirse. El uso cotidiano de la poesía, eso es lo que se está perdiendo, y ha sido reemplazada por un simulacro de vida con respecto al mundo popular y tradicional. Pareciera ser que sólo nos quedamos en la superficie, sin profundizar en ello, en todo el trasfondo simbólico que las manifestaciones populares o tradicionales cobijan. Hay una deuda en eso, puesto que la poesía es parte de la identidad chilena y no la estamos valorando como se merece. A mi parecer, hay un cierto  “snobismo” en el consumo de lo popular -lo popular está de moda-, pero lo hacemos sin que alcancemos a asimilar verdaderamente su significación como parte real de nuestra cultura y nuestro patrimonio. Como consecuencia, hemos ido perdiendo identidad y nuestra expresión propia, quedando el olvido y el vacío de sentido. Lo real es lo que la gente hace en su cotidianeidad, en el día a día, en forma espontánea y no como una imposición de algo que está de moda y que vende. Es lamentable que la poesía no esté asentada aún como un valor en la actualidad, y eso que Chile es país de poetas. No obstante, el movimiento de masificación de la cultura popular, puede ser el comienzo de una nueva instancia de revaloración y autoreconocimiento de lo propio, que cale hondo y profundo en algunas personas de las nuevas generaciones.  

 

BIBLIOGRAFÍA:

 

BAUMAN, ZYGMUNT. Comunidad: En busca de seguridad en un mundo hostil.Madrid: Siglo XXI, 2003.

BOURDIEU, PIERRE. Las reglas del arte. Barcelona: Anagrama, 1995.

CATALÁN, GONZALO. “Antecedentes sobre la transformación del campo  literario en Chile entre 1890 y 1920”. En: Brunner, José Joaquín y Gonzalo Catalán. Cinco estudios sobre cultura y sociedad. Santiago: FLACSO, 1985.

FOUCAULT, MICHEL. El orden del discurso. Traducción de Alberto González Troyano. Buenos Aires: Tusquets Editores, 1992.

ORELLANA, MARCELA.  Lira popular (1860-1976: pueblo, poesía y ciudad en Chile. Santiago: Editorial Universidad de Santiago, 2005.

RAYMOND WILLIAMS.  “La hegemonía” en  Marxismo y Literatura, Buenos Aires: Editorial Península/Biblos, 1977.

VAN DIJK, TEUN A. “Discurso y racismo”. Octubre 2009. [http://www.discursos.org/oldarticles/Discurso%20y%20racismo.pdf]


[1] La poesía popular, cuenta con una antigua tradición cultivada en nuestro país desde el período de la conquista, tiempo en el cual los colonizadores, curas, soldados y aventureros trajeron la poesía juglaresca española escrita en décimas a nuestras tierras. Con la espada, la cruz, y el arado llegaron también los romances (corridas, logas), villancicos, jácaras, disparates, letrillas, glosas, seguidillas, y otros temas de la poesía tradicional a modo profano y religioso.

[2] El nombre de “literatura de cordel”, se refiere a una expresión cultivada con el romancero luso-español de la Edad media y el Renacimiento, vinculadas al mundo de la décima que se populariza rápidamente en Europa durante el siglo XV, manifestando la fusión de lo oral y lo escrito. En Latinoamérica, particularmente en Chile y en Brasil, existen pliegos editados a partir de mediados del siglo XIX.

[3] La Lira popular se escribía de acuerdo a la tradicional estructura de la décima espinela de origen español,  la cual se compone de estrofas de diez versos octosilábicos, frases de ocho sílabas cada una y que riman entre sí de acuerdo a una particular estructura.

[4] Foucault: 9

[5] Van Dijk

[6] Van Dijk

[7] Esto sólo en un comienzo y en el mundo rural, ya que una vez que iniciada la migración campo-ciudad, el mundo campesino insertado en la ciudad comenzará a escribir y expresar por escrito lo que antes expresaba en forma hablada, a través del canto en décimas y la poesía de tradición.

[8] Bauman: 4

[9] Ibíd.: 18

[10] Orellana: 54-55

[11] Exposición, mesas  redondas, música… a realizarse en la Galería de Cristal de la Biblioteca Nacional de Chile del 5 de noviembre 2009 al 8 de enero 2010.

[12] Bourdieu: 319

[13] Orellana: 14

[14] Orellana:106

[15] Orellana:107

[16] Ibíd..: 110

[17] Ibid.: 111

[18] Catalán: 131-132

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